Si las paredes de Ca n’Eduardo hablaran, contarían historias de un Palma que muchos apenas recuerdan. Desde nuestra apertura en 1943, hemos sido testigos de cómo la ciudad ha crecido, cómo su puerto ha cambiado y cómo la Lonja ha evolucionado con el tiempo. Han pasado ocho décadas, y aunque todo a nuestro alrededor se ha transformado, seguimos aquí, mirando al mar, como un testigo silencioso de la historia.
Un restaurante con historia
Esta es una de las fotos antiguas que guardamos con cariño, uno de los grupos que más frecuentemente venía al restaurante. También guardamos retratos del pasado de nuestro equipo de cocina en medio del servicio, una imagen que refleja el trabajo artesanal de la cocina de antaño.
En aquellos tiempos, Ca n’Eduardo aún se llamaba Casa Eduardo y funcionaba como una cantina donde marineros, pescadores y viajeros compartían zarzuelas, bullavesas y arroces marineros. Era una cocina sencilla, con recetas que hoy todavía evocan la esencia de la isla.
Afuera, Palma también ha cambiado. Donde antes se veían llaüts amarrados en los pantalanes de la Lonja, ahora predominan yates modernos y embarcaciones de recreo. El puerto dejó de ser solo un punto de partida para los pescadores y se convirtió en un espacio vibrante, lleno de vida, de turistas y de locales que disfrutan del paseo marítimo.
Pero a pesar del crecimiento, la esencia del puerto sigue viva. Aún llega el pescado fresco cada día, como lo hacía hace ochenta años. La Lonja, con su imponente arquitectura gótica, sigue siendo un símbolo de la historia marítima de la ciudad, y desde nuestra terraza, seguimos contemplando el ir y venir de las embarcaciones, como siempre lo hemos hecho.
Un rincón parado en el tiempo.
Mucho ha cambiado en estas ocho décadas, pero en Ca n’Eduardo seguimos manteniendo el mismo espíritu con el que comenzamos. La carta, aunque evolucionada, aún rinde homenaje a aquellos platos que servíamos cuando Palma era otra. Los grandes ventanales han sustituido a aquellos pequeños ventanucos de antaño, pero las mesas siguen llenándose de comensales que vienen a disfrutar del sabor de la tradición.
Porque, aunque el paisaje de la ciudad siga transformándose, hay lugares que resisten al paso del tiempo. Y nosotros, con vistas a la bahía y al puerto, seguimos siendo parte de la historia de Palma. Si tú también quieres formar parte de ella, reserva tu mesa.